Aplicación del utilitarismo social a las políticas y a la
salud públicas
Application of social
utilitarianism to public policies and health
Benjamín Herreros
Facultad de Medicina, Universidad Complutense de Madrid
Instituto de Ética Clínica Francisco Vallés, Universidad
Europea de Madrid
ORCID: 0000-0001-6708-7102
Correo electrónico: benjaminherreros@ucm.es
Recepción: 10/12/2024
Aceptación: 25/02/2025
DOI: https://doi.org/10.53436/0359ALcr
D’Perspectivas Siglo XXI, Volumen 12, Número
23, Año 2025. Enero-junio
Este es un documento de acceso abierto bajo la licencia
Creative Commons 4.0 Atribución-No Comercial
(CC BY-NC 4.0 Internacional)
Resumen
Los
utilitaristas atienden a las consecuencias de los actos, concretamente a la consecución
del mayor bien común, y no tanto al respeto de principios o normas establecidas
apriorísticamente. No es una ética de intenciones, lo cual es fútil, sino de
resultados. Dado que hay muchos utilitarismos, se propone el utilitarismo de
preferencia (que antepone la consecución de los valores prioritarios para la
comunidad) y de regla (que marca criterios generalizables para la realización
del bien común) como guía para la toma de decisiones en políticas públicas, en
concreto en salud pública. En el artículo se exponen las normas propuestas por
algunos autores sobre este utilitarismo, que se podría denominar utilitarismo social. Es prioritario
reenfocar la educación en ética a la ciudadanía, para que esta no se convierta
en una mera declaración de intenciones, en una simple formulación de valores y
principios. La educación en ética tiene que ser exigente, porque debe incluir
el estudio de las consecuencias de cada decisión, la reflexión continua sobre
los valores que hay que realizar y la priorización del bien común, lo cual no
es sencillo.
Palabras clave: Utilitarismo, bioética, políticas públicas.
Abstract:
Utilitarians
are concerned with the consequences of actions, specifically the achievement of
the greatest common wellness, and not so much with respect for principles or
rules established a priori. It is not an ethics of intentions, which is futile,
but of results. Given that there are many utilitarianisms, the preference
utilitarianism (which prioritizes the achievement of priority values for the
community) and rule utilitarianism (which sets generalizable criteria for the
realization of the common wellness) are proposed as a guide for decision making
in public policies, specifically in public health. The article presents the
rules proposed by some authors on this utilitarianism, which could be called
social utilitarianism. It is a priority to refocus ethics education on
citizenship, so that it does not become a mere declaration of intentions, a
simple formulation of values and principles. Ethics education must be
demanding, because it must include the study of the consequences of each
decision, continuous reflection on the values to be realized and the
prioritization of the common wellness, which is not easy.
Keywords: utilitarianism,
bioethics, public policies.
Introducción
El
consecuencialismo es una teoría
moral que trata de dilucidar cuál es la decisión que obtiene mejores
resultados. El mejor justificado es el utilitarismo, en concreto el de regla y
preferencia. Este utilitarismo busca normas (reglas) generalizables (universalizables) que produzcan como
resultado el mayor bien para la mayor cantidad de personas posible. Da preferencia,
además, a la consecución de valores prioritarios para la comunidad/sociedad
(entre otros: igualdad, equidad, salud), por encima de los valores
privados/individuales; es un utilitarismo social, que busca reglas útiles para
la comunidad. Por este motivo, muchas de las leyes que se adoptan están
fundadas en el utilitarismo de regla y preferencia.
En el ámbito
mediterráneo y latinoamericano (Blanco, et
al., 2024), en ética gozan de más prestigio las corrientes deontológicas o
principialistas, que marcan a priori los principios, normas y valores
que se deben respetar. Son éticas que siguen la tradición kantiana, donde la
intención es lo fundamental. Se identifican valores, trasladados a principios o
imperativos, que impelen qué se debería hacer. Si finalmente no se hace, si a
la postre es un fracaso y no se obtiene lo bueno, da igual, porque “lo
importante era la intención”. La crítica utilitarista a estas éticas es que la
intención no sirve de nada si no se obtienen buenos resultados. Como señala la
máxima atribuida a San Bernardo de Claraval y también a Santa Teresa de Jesús, “El
camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”.
Se es
responsable de lo que se hace, del resultado de las acciones, no de la
intención. La responsabilidad está en no haber escogido la mejor decisión, de
los daños y consecuencias derivados. Si en un accidente de tráfico se le salva la
vida a un paciente grave, porque los propios principios morales aconsejan
hacerlo, y como consecuencia fallecen a medio plazo más personas, se es
responsable de esas muertes, siempre y cuando se esté informado sobre las
consecuencias de cada curso de acción.
En este
artículo se justifica por qué el utilitarismo de regla y preferencia es una
guía adecuada para tomar decisiones en políticas públicas y en salud pública.
En estos ámbitos se busca el bien común y el reparto justo de recursos
sanitarios. Las reglas de este utilitarismo se fundamentan en la neutralidad
(imparcialidad) y en el igualitarismo, lo que supone mostrar igual preocupación
y respeto por todos los sujetos, se conozcan o no se conozcan. También se
explican los principales recelos y barreras que provoca. Por último, se realiza
una propuesta educativa; solo con una adecuada educación ciudadana se pueden
mitigar los temores y derribar las barreras que impiden la realización efectiva
del bien común.
¿Qué
es el utilitarismo?
Las éticas consecuencialistas consideran que la mejor
decisión es la más útil, la que obtiene el mejor resultado, aquella que trae
las consecuencias más favorables. Según Richard M. Hare (1981), hay que convertirse en
buenas personas y cumplir con los deberes, no por sí mismos, sino porque
hacerlo conducirá a obtener el mayor bien. Por otro lado, no contemplan la intención de los
actores, sino que colocan el bien moral al final de la acción, en el logro del
resultado. La intención no garantiza la realización de los bienes, si alguien
tiene buena voluntad pero el resultado de su acción es desastroso, dado que la
ética es una disciplina práctica, se trataría de una acción inservible, sería
condenable desde esta corriente. Como los consecuencialismos se centran en el resultado, en el fin último
(el telos) de la acción, son éticas teleológicas.
En el libro de
Peter Singer Ética práctica (1984), se
explica que el consecuencialismo no empieza con las normas morales, sino con
los objetivos, valora los actos en función de si favorece alcanzarlos.
Especifica que el utilitarismo es la teoría consecuencialista mejor conocida,
pero no la única, es la mejor justificada. No es egoísta (no busca el propio beneficio), porque persigue el mayor bien para la mayor cantidad de personas
(Singer, 1977). En resumen: el
bien moral para el utilitarismo consiste en lograr la mayor cantidad de bienes
y valores para la mayor cantidad de personas. Como consecuencialismo, funda el
criterio de la moral en el resultado, de modo que: lo mejor es aquello que
obtiene el mayor bien, desde un punto de vista global.
El utilitarismo es, ante todo, racional, aunque difiere a los
deontologismos (al principialismo): mientras que estos colocan los valores –implícitos
en sus principios y normas– al comienzo de la acción, el primero los sitúa al
final. Para los principialistas es primordial respetar a priori determinados
valores, en cambio, para los utilitaristas lo prioritario es realizarlos. Para
un utilitarista, el deber concreto ante una decisión se establece calculando
los resultados: se debe escoger aquello que traiga el mayor bien global para la
mayor cantidad de personas; se estipula la estrategia más útil para la consecución de
los valores morales y para que se beneficien cuantos más de todos los
implicados en el problema.
Utilitarismo
de acto y de regla. Hedonista y de preferencias
Averiguar qué
es lo mejor para el mayor número de personas –qué maximiza la utilidad– no es
sencillo, por lo que existen varias versiones de utilitarismo (Singer, 2003).
Para el utilitarismo de acto la
acción correcta es aquella que, de todas las disponibles, se obtienen las
mejores consecuencias (o, al menos, las no peores) para el sujeto que decide. Aquí
se juzga la ética de cada acto de forma independiente, en cada situación
específica la persona determina qué se debe hacer, por lo que una decisión
utilitarista individual podría tener malas consecuencias generales o a otros
niveles. Tiene una perspectiva de utilidad individual, que puede conducir al
egoísmo ético. Para el utilitarismo de
regla la acción correcta es aquella que sigue la norma o la clase de
acciones que habitualmente tendría las mejores consecuencias (o, al menos, las menos
perjudiciales) para la mayor cantidad de personas. Tiene en cuenta, ante todo,
el bien común o general.
Las leyes son
a menudo instancias del utilitarismo de regla: se eligen porque producen
globalmente las mejores consecuencias. Este tipo de utilitarismo no es un mero
situacionismo, como el utilitarismo de
acto, porque incorpora reglas generales, acordes con el principio de utilidad.
Estas dos versiones del utilitarismo pueden contradecirse, por ejemplo: si el
acto que tiene las mejores consecuencias para un sujeto está prohibido por una
regla; cuando las libertades individuales entran en conflicto con el bien
general, si los individuos ignoran las leyes marcadas utilitariamente, o cuando
exigen para ellos o sus familiares un recurso escaso.
Según Richard
M. Hare (Scarre, 1996; Hare, 1981), el pensamiento moral ocurre en dos niveles:
1) El intuitivo, constituido por principios prima facie sólidos, que
sirven para actuar con eficacia y rapidez en la vida cotidiana. Es el conjunto
de reglas generales justificadas por el utilitarismo de regla (la experiencia
muestra que, la mayoría de las veces, promueven la utilidad), no precisan de
una reflexión prolongada como “no matar”, “no robar”, “ser honesto”, “no decir
mentiras”, “pagar siempre las deudas”, etcétera. Hay razones tanto prácticas
como psicológicas para que se adopten como reglas morales básicas estos principios
intuitivos prima facie. 2) El crítico, que es más reflexivo y
deliberativo (sistemas 1 y 2 en psicología). Este requiere elegir la acción que
maximizará el bien cuando se piensa tranquilamente y con todos los hechos en la
mano. Es necesario para situaciones complejas, donde hay tiempo para distinguir
qué es lo correcto y dónde, según Hare, habría que aplicar el utilitarismo de
acto. El pensamiento crítico no apela a ninguna intuición moral, la situación
concreta hace que el sujeto tenga que deliberar qué tiene que hacer para
maximizar el bien en esa situación, sin olvidar el contexto y las reglas
generales. De acuerdo con R. M. Hare, el pensamiento intuitivo y el crítico se
complementan en la vida moral de los seres humanos. El pensamiento crítico
tiene como objetivo seleccionar el mejor conjunto de principios prima facie para su uso en el
pensamiento intuitivo. También puede emplearse cuando ambos entran en
conflicto.
Tanto los utilitaristas
de acto como los de regla elaboran sus juicios para dilucidar cuáles son los
mejores resultados y consecuencias, y qué bienes o valores hay que preservar al
final de la acción. Para el utilitarismo
clásico o hedonista de Jeremy Bentham, John Stuart Mill o Henry Sidgwick,
solo se deben considerar como significativos el placer y el dolor, la felicidad
y el sufrimiento. Se desea el placer y la felicidad, mientras que se huye del
dolor y del sufrimiento. En otras palabras, para el hedonismo lo intrínsecamente
bueno son las experiencias positivas de placer y felicidad, en tanto que lo propiamente
malo son las experiencias negativas de dolor e infelicidad. El resto de los
bienes son significativos solo en la medida en la que afectan a la felicidad y
al sufrimiento de los seres sintientes. Por otro lado, el utilitarismo de preferencias responde a la pregunta sobre las
mejores consecuencias de otra manera: es mejor vivir una vida con menos
felicidad o placer (incluso con más dolor y sufrimiento), si con ello se
satisfacen otras preferencias o valores importantes para más sujetos. Se
anteponen otros bienes a la felicidad y al placer, como, por ejemplo, la
igualdad, la libertad o la salud.
Peter
Singer y Julian Savulescu, la máxima utilidad global
El
utilitarismo de Peter Singer es de regla y preferencias. Busca normas útiles
generalizables (universalizables), considerando además que el curso de acción
correcto es aquel que, a largo plazo, satisface más preferencias de las que
frustrará. Julian Savulescu, australiano como Peter Singer, ha aplicado el
utilitarismo de regla y preferencias a las políticas públicas y a la salud
pública. Por ejemplo, al reparto de recursos sanitarios escasos, el ámbito en
que mejor se justifica dicho utilitarismo (Savulescu, 2002).
La pregunta en
políticas públicas es ¿qué opciones generarán el mayor beneficio general?, lo
cual puede ser diferente de la mera distribución igualitaria o equitativa de un
bien. Para Savulescu hay que equilibrar la distribución equitativa de los
recursos con la beneficencia entre sí, es decir, con el mayor beneficio real
general. A pesar de sus limitaciones, la mejor guía está en la ciencia, en las
mejores pruebas disponibles acerca de lo que sucederá cuando se toma una
determinada decisión. Hay que guiarse por lo que científicamente se predice que
será mejor. Como el utilitarismo suele aceptar que los casos de bondad y maldad
se pueden agregar de forma cuantitativa, la utilidad esperada de una acción
sería la suma del valor de los diferentes resultados (casos) probables
derivados de dicha acción (Savulescu, 2020).
Existen reglas
generales utilitarias que pueden guiar la toma de decisiones para el reparto de
los recursos sanitarios y que son aplicables en salud pública. Esas mismas se
fundan en la neutralidad y en el igualitarismo que postula el utilitarismo de
regla. Para esta corriente, como explica Hare (1993), en la mayoría de las
situaciones sobre las que se hacen juicios morales intervienen personas
diferentes. Al tomar una decisión moral, se deben tratar con la misma
importancia los intereses, fines o preferencias de las diferentes personas
afectadas por las acciones. Preferencias iguales tienen el mismo peso, esto
equivale a mostrar igual preocupación y respeto por todos; más aún, implica
tratar los intereses de los demás al mismo nivel que los propios. Esto, según
los utilitaristas, es lo que demanda ser justo con todos los afectados y
obedecer el mandato de Bentham: “Todos deben contar por uno, nadie por más de
uno”.
Reglas
para el reparto de recursos limitados
Las políticas
públicas en sanidad deben buscar el bien común y el reparto justo de los
recursos sanitarios. Sin embargo, a menudo están impulsadas por meros intereses
políticos cortoplacistas o por la opinión popular, no por la ética, es decir,
por la búsqueda de lo bueno y de lo mejor. Gran parte de las decisiones éticas
en políticas públicas no buscan lo mejor para la mayoría, sino satisfacer
determinadas demandas sociales, soportan ideología, moralismo y, a veces,
falsas ilusiones como, por ejemplo, hacer desaparecer problemas éticos
complejos.
Aunque el
utilitarismo es una teoría exigente, puede evitar daños y sufrimiento. Si se
anteponen intereses presentes o valores particulares (autonomía, privacidad,
dignidad, libertad) a la máxima utilidad global, debe hacerse con plena
consciencia de las consecuencias, del daño global causado y del coste ético.
Hay que tener buenas razones para elegir deliberadamente un curso de acción
que, para el conjunto sea peor (Savulescu, 2020).
Con el
objetivo de dotar de criterios éticos públicos (comunes) a las políticas
sanitarias y al reparto de recursos, Julian Savulescu, Ingmar Persson y Dominic
Wilkinson han identificado una serie de normas fundadas en el utilitarismo de
regla y preferencia. Son un conjunto de reglas para las decisiones de salud
pública, en concreto para repartir los recursos sanitarios, especialmente si
estos son escasos (Savulescu et al.,
2020):
1. Regla del número: Se debe
extender el recurso más beneficioso a la mayor cantidad posible de personas.
Para ello, el utilitarismo requiere información precisa y evidencias
científicas. Sin pruebas convincentes, es menos probable elegir los medios que
produzcan el mayor beneficio. Para conocer cuál es el recurso más beneficioso
se requiere ciencia: la investigación es sustancial para obtener la mejor
estimación de consecuencias y probabilidades dentro de la gama de posibles
cursos de acción. Dado que lo que más importa es el mayor bien (el bienestar)
general, otros bienes o valores particulares, incluso la libertad o
determinados derechos individuales, tienen que estar subordinados al mayor
bienestar.
2. Regla de la duración o de la longitud:
Según el utilitarismo, es importante cuánto tiempo se disfrutará de un
beneficio, es decir, la cantidad de bien que el recurso produce globalmente y
en cada sujeto. Por ejemplo, para un tratamiento que salva vidas, debe preferirse
aquel que salva la vida más tiempo.
3. Regla de la calidad de vida: Los
utilitaristas no solo consideran la cantidad (número y duración del beneficio,
por ejemplo, vidas salvadas y cuánto vivirán esas personas), también importa la
calidad, el cómo vivirán esas personas. El utilitarismo no busca en rigor
salvar la mayor cantidad de vidas, sino lograr el mayor bienestar general,
incluida la duración y la calidad de vida. No obstante, comparar o medir de
forma general el bienestar entre grupos de individuos no es sencillo. No es
necesariamente cierto que alguien con discapacidad tenga menos bienestar y
calidad de vida. ¿Qué hace que la vida de una persona sea buena y posea
bienestar? Entre otras cosas, su felicidad, la satisfacción de sus deseos y la
plenitud como ser humano, lo cual incluye, entre otras cosas, tener relaciones
plenas y profundas con los demás y ser autónomo. Si los años de vida salvados
son de calidad reducida, influye en el beneficio general y, por tanto, en si
vale la pena asumir dicho coste económico.
4. Importa el resultado, no cómo surge el resultado: No
cuenta la intención ni el origen de la decisión, sino el resultado real. En el
soporte vital, por ejemplo, es moralmente irrelevante si el resultado es
consecuencia de un acto o de una omisión (de no iniciar una medida o de
retirarla; withdrawing or withholding).
Se es responsable de las consecuencias de los actos y también de las omisiones,
por lo que no implementar una buena política pública equivale a aplicar una
mala política si el resultado de ambas decisiones es el mismo.
5. Beneficio social: Según el
utilitarismo, todas las consecuencias de las acciones, tanto a corto como a
largo plazo, directas e indirectas, son relevantes en las decisiones. Hay que
considerar, además del beneficio para la persona directamente afectada por una
acción, los posibles beneficios para otros. A esto se le denomina “beneficio
social” o valor social. Desarrollar reglas generales para evaluar este último
es ética y epistemológicamente complejo, porque puede conducir a cometer abusos
y muchas veces es difícil aplicarlas de manera justa. El utilitarismo debe
cuidar los posibles abusos derivados de la aplicación de sus reglas y, si al implementarlas
existe riesgo de abusos, debe considerar si ponerlas en práctica.
6. Responsabilidad: Para los utilitaristas, la
persona es moralmente responsable en la medida en que los efectos de los actos
u omisiones sean previsibles y se tenga control sobre ellos. Las intenciones
son irrelevantes, lo que importa no es lo que se desea que suceda, sino lo que se
puede prever y lo que realmente sucede, en suma: se es responsable de una
acción, incluso si las consecuencias no son intencionadas, pero sí son
previsibles y evitables. Esto implica que no adoptar un curso de acción que
produciría mayor bien o evitaría más daño equivale a causar dicho daño
intencionalmente. Para los utilitaristas la responsabilidad moral por elegir
una decisión peor es alta. Siempre que, de manera previsible y evitable, se provoca
una situación peor o que no es la óptima, se es moralmente responsable y
culpable. Si, por ejemplo, para lograr la mejor política pública se requiere
más investigación, hay responsabilidad de las muertes que ocurren si esta no se
realiza.
7. Imparcialidad: El utilitarismo pretende
maximizar el bien concebido imparcialmente; en su nivel crítico es una teoría
igualitarista, carente de fronteras personales o nacionales. Señala que se debe
considerar de forma imparcial e igualitaria el bienestar de todas las criaturas
sintientes. Es necesario tener en cuenta a las personas mayores y jóvenes, a los
enfermos y sanos, a los del propio país y al nivel internacional, a las
personas actuales y a las futuras. Según el utilitarismo, la política correcta
es aquella que maximiza el bienestar general, de todas las personas en todos
los países. El utilitarismo abraza la igualdad radical e imparcial. En las
mismas condiciones, todo el bienestar y las muertes son iguales, sean estas de
seres queridos o de desconocidos.
8. Evitar sesgos y errores cognitivos contrarios al mayor
bien: Se deben evitar los sesgos psicológicos, las
intuiciones, emociones y heurísticas que impidan que se realice el mayor bien,
dado que gran parte de las decisiones ordinarias están impulsadas por estas
últimas, el utilitarismo parece contrario a la moral convencional (de la
mayoría de las personas). En ocasiones los humanos se con-mueven y motivan más
con el sufrimiento directo de un solo individuo, por ejemplo, si es muy cercano
o si se publicita en los medios de comunicación, en lugar de tomar medidas que
prevengan el sufrimiento de una cantidad mayor de individuos desconocidos o no
identificables. Un sesgo en políticas públicas es el del futuro cercano. El
deseo de evitar daños o muertes presentes es más fuerte que el deseo de evitar
daños o muertes futuras, incluso si se produce una pérdida de oportunidad, es
decir, si el daño futuro es mayor. Sin embargo, para el utilitarismo las vidas
estadísticas importan tanto como las vidas identificables. Se debería dar el
mismo peso a la salud o la vida de los extraños, incluso si son de otros
países, que a la de los seres cercanos, por lo que favorecería desviar recursos
hacia donde los efectos positivos sean mayores.
¿Por qué es tan impopular el utilitarismo?
El enfoque
utilitario no es fácil, pretende aterrizar las políticas públicas valorando
cuidadosamente y con responsabilidad las consecuencias de las acciones, para lo
cual es preciso enfrentarse sin tapujo a los hechos y a los valores en juego.
Elegir el curso de acción que beneficiará en gran medida a la mayoría de las
personas, además de difícil, puede resultar contraintuitivo, ya que es posible
optar por decisiones futuras que sean globalmente mejores, pero que dejen a un
lado valores u opciones presentes más visibles (y sensibles) para los
decisores.
Por tanto, una
ética únicamente de resultados podría destruir aspectos valiosos de la
realidad, sencillamente porque el resultado final es más conveniente para
todos. Si el principialismo puede conducir al rigorismo moral, el utilitarismo
puede caer en una moral de conveniencias, aunque estas sean globales, olvidando
que, con independencia del resultado, hay valores particulares que se deben
cuidar. Por dicho motivo, los principialistas tildan a los utilitaristas de
relativistas, porque no les importan tanto los principios a respetar, sino la
estrategia a seguir para obtener el mejor resultado.
Sin embargo,
Singer ataca el relativismo subjetivista, para él la ética busca realizar
juicios éticos desde un punto de vista universal y los intereses particulares
de alguien no pueden contar más que los intereses particulares de cualquier
otro. La ética es relativa a la sociedad en la que a uno le ha tocado vivir y
las acciones pueden estar bien en una situación (por sus buenas consecuencias)
y mal en otra (por los malos resultados). Pero esto no significa que se pueda
justificar cualquier opción porque dependa de la cultura, del punto de vista o
del interés particular (Singer, 2003).
Educación para el bien común
La educación
moral no debe ir destinada al adoctrinamiento, es decir, a convencer a los
individuos de qué valores son los preferibles para su vida particular. La
educación moral tiene que destinarse al bien común. Una forma de hallarlo es a
través de lo que se ha denominamo “utilitarismo social”, es decir, del de regla
y preferencia. La educación ética debe comenzar por concienciar a los
ciudadanos del efecto de sus elecciones individuales y, sobre todo, comunes.
Habría que educar a los ciudadanos para que ellos investiguen acerca de:
1) qué
valores son preferentes y se deben conseguir de forma prioritaria para
la comunidad en la que se vive, y
2) qué normas
y reglas se adoptan para lograrlos de modo efectivo, para no dejar los
valores preferentes en un mero ejercicio de intenciones, lo cual es fútil y
atenta la ética social.
La educación
ética se confunde, como se ha señalado, con el adoctrinamiento, y también con
la propuesta simplista de una serie de valores o principios de comportamiento,
todos ellos fácilmente asimilables. Sin embargo, una adecuada educación moral
se aparta de estas declaraciones vacías.
La educación
ética exige estudio y deliberación acerca de las mejores decisiones, lo cual no
es sencillo. Por dicho motivo, el utilitarismo social es exigente, porque
precisa estudiar las mejores pruebas (científicas) disponibles sobre las
consecuencias de cada elección, para decidir qué es lo mejor en cada momento. Hay
que saber qué sucede –las consecuencias en términos de valores– si, por
ejemplo, se destinan recursos a investigar en oncología, o si se hace en ayuda
al desarrollo a terceros países. Qué sucede –las consecuencias en términos de
valores– si para distribuir los órganos para la donación se permite la compra
de órganos o si se mantiene un sistema altruista. Es difícil contar con
información rigurosa sobre las consecuencias de cada curso de acción, pero la
educación en ética no puede únicamente inspirar una declaración de intenciones,
formular imperativos formalmente perfectos, pero sin consecuencias prácticas.
La educación ética debe estar encaminada tanto al estudio de los hechos (de las
posibles consecuencias) como de los valores. Existe una dialéctica continua
entre hechos y valores, de manera que, si se modifican unos, también lo hacen
los otros. La educación ética, por tanto, exige un estudio continuo de los
hechos y una reflexión, igualmente continua, sobre los valores en juego.
Pero, además,
el utilitarismo es exigente porque el bien común puede suponer tomar decisiones
difíciles. Decisiones que muchas personas no asumen porque se dañan valores
presentes, porque vulneran su sensibilidad moral. Un ejemplo de utilitarismo
social es la distribución de vacunas en una pandemia o de órganos para el
trasplante, en tales circunstancias hay personas que fallecen sin trasplante,
porque otras van a aprovechar mejor el órgano, sin embargo, es un sistema
equitativo e imparcial, que da prioridad al bien común en términos de salud, de
bienestar y de años de vida salvados. Se ha dado preferencia a estos valores, y
para ello se ha implementado una serie de reglas (normas) que permiten
vehiculizar su consecución. No obstante, cada año se revisan y estudian los
datos (hechos) para continuar optimizando el sistema. El utilitarismo social establece
la responsabilidad de haber escogido cualquier opción que se aparte de lo mejor,
aun sabiendo que la mejor elección más útil globalmente puede dañar valores que
se tienen delante.
Conclusiones
El
utilitarismo no es una ética de intenciones, sino de resultados. Considera que
el bien moral consiste en obtener el mayor bien común de forma global. Se ha propuesto
en el presente artículo un utilitarismo de preferencia y de regla como guía
para la toma de decisiones en políticas y en salud públicas. El utilitarismo de
preferencia antepone los valores prioritarios para la comunidad (el bien
común), mientras que el de regla marca los criterios que permiten alcanzar
dicho bien común. Por todo ello, se denomina a este planteamiento utilitarismo social.
La educación
en ética a la ciudadanía no debe consistir en una mera declaración de
intenciones, sino que tiene que ser exigente, incluyendo el estudio de las
consecuencias reales de las diferentes decisiones en políticas públicas. Es
importante educar a la ciudadanía en la reflexión continua sobre los valores que
hay que realizar y en la priorización concreta del bien común. Porque convertir
la educación moral en el aprendizaje de principios morales abstractos, además
de ser inútil, es contrario a una adecuada moralidad pública. Conduciría a
convertir la ética pública en simple palabrería sin consecuencias reales.
Referencias
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