El papel de la educación para la democracia
The role of education for democracy
Tamara Viridiana Vargas García
Dra. en Humanidades: Ética Social
Universidad Autónoma del Estado de México
Correo electrónico: tamaravargas1807@gmail.com
ORCID: https://orcid.org/0009-0001-4080-7963
Recepción: 26/11/2024
Aceptación: 08/02/2025
DOI:
https://doi.org/10.53436/9350AcLr
D’Perspectivas Siglo XXI, Volumen 12, Número 23, Año 2025. Enero-junio
Este es un documento de acceso abierto bajo
la licencia
Creative Commons 4.0 Atribución-No Comercial
(CC BY-NC 4.0 Internacional)
Resumen
Los
objetivos de este artículo son reflexionar la educación actual y su papel en la
vida de las personas; analizar la instrumentalización de la enseñanza en el
contexto del sistema socioeconómico contemporáneo, y examinar la importancia de
cultivar una educación cimentada en valores, que permita proteger y construir
una democracia sostenible, con un firme compromiso hacia el bienestar
comunitario. La metodología empleada es documental, se centra en indagar en el
pensamiento ético de la filósofa valenciana Adela Cortina Orts quien ha
destacado la relevancia de la educación en las sociedades democráticas. Esta
perspectiva se complementa con las contribuciones de otros autores como Martha
Nussbaum y Hans- Georg Gadamer, quienes coinciden en la trascendencia de una
educación con valores que, más allá de la transmisión de conocimientos,
promueva el pensamiento crítico, el respeto por la diversidad y el desarrollo
de las capacidades para participar en la vida pública, fundamentales para la
construcción y sostenimiento de las sociedades. La investigación enfatiza que la
educación no se limita a formar individuos con habilidades técnicas y sociales,
sino que puede promover un enfoque integral que considere el desarrollo intelectual,
el comportamiento, la creatividad y el carácter de los estudiantes. En este
sentido, el aporte central de este texto radica en visibilizar que una
educación fundamentada en ideales democráticos es esencial para la formación de
ciudadanos comprometidos con la justicia, la equidad y el respeto mutuo,
capaces de comprender y transformar su entorno con una conciencia ética y
social.
Palabras clave:
democracia, educación, instrumentalización, valores, comunidad.
Abstract
The objectives of this article are to reflect on
current education and its role in people’s lives; to analyze the
instrumentalization of teaching in the context of the contemporary
socioeconomic system, and to examine the importance of cultivating an education
based on values that allows for the protection and construction of a
sustainable democracy, with a strong commitment to community well-being. The
methodology employed is documentary, focusing on exploring the ethical thought
of the valencian philosopher Adela Cortina Orts, who has highlighted the
relevance of education in democratic societies. This perspective is
complemented by contributions from other authors, such as Martha Nussbaum and
Hans-Georg Gadamer, who agree on the significance of an education based on
values that go beyond the mere transmission of knowledge, promotes critical
thinking, respect for diversity, and the development of the capacities to
participate in public life, all fundamental for the construction and
maintenance of societies. The research emphasizes that education is not limited
to training individuals with technical and social skills, but can promote a
comprehensive approach that considers the intellectual development, behavior,
creativity, and character of students. In this regard, the central contribution
of this text lies in making visible that an education based on democratic ideals
is essential for the formation of citizens committed to justice, equity, and
mutual respect, capable of understanding and transforming their environment
with an ethical and social conscience.
Keywords: democracy, education, instrumentalization, values,
community.
Introducción
El orden político y económico que
permea en las sociedades contemporáneas se caracteriza por motivar y
posibilitar un gran auge en la ciencia y en la tecnología, ocasionando que este
hecho sea la cúspide más alta del progreso del conocimiento. Esta situación tiene
una significativa transformación en la educación, pues se impulsa a desarrollar
y pulir habilidades técnicas en los estudiantes, por eso Cortina (1995) destaca
que el conocimiento se percibe como una capacidad receptora y repetitiva,
mientras que, las destrezas sociales se adquieren con una visión interesada hacia
los demás. Para ella, este enfoque contradice el ideal democrático, al formar
ciudadanos orientados a obtener beneficios individuales dejando de lado el bien
común.
La enseñanza es esencial para
cultivar ciudadanos informados, comprometidos y capaces de fortalecer sociedades
sólidas y resilientes, sin embargo, existen desafíos en la intersección de estas
dos dimensiones. Al respecto, se postulan algunas interrogantes: ¿cuál es el
futuro de la sociedad democrática si se sigue incentivando la privatización
educativa?, ¿por qué es pertinente pensar el papel de la educación en la democracia?,
y ¿qué impacto tendría el impulso de una formación basada en valores?
El presente escrito se desarrolla
principalmente bajo una metodología documental
y se centra en la reflexión sobre el pensamiento ético de la filósofa
española Adela Cortina, quien critica la enseñanza actual, ya que a su juicio
está instrumentalizada; por tanto, aboga por una educación con valores que
forme ciudadanos conscientes, capaces de mantener y defender la democracia.
Por tal
motivo, el objetivo de este artículo es realizar una crítica a la educación
actual y pensar sobre su papel en la vida de las personas. Se plantea que una preparación
basada en valores podría permitir a los estudiantes, es decir, a los futuros ciudadanos,
desplegar de manera más efectiva sus habilidades técnicas y sociales tanto a
nivel personal como para el ejercicio de la democracia.
El texto analiza aspectos
fundamentales de la educación contemporánea. En primer lugar, se examina la tendencia
predominante hacia una instrumentalización, que prioriza la adquisición de destrezas
técnicas (las tiene como esenciales) para obtener beneficios económicos, en consecuencia,
se ha propagado la noción de que un ciudadano ejemplar es aquel que genera grandes
cantidades de ingresos y se enfoca en el consumo. Pero eso reduce su capacidad
de aprender, de comprender y de actuar ante los diversos desafíos que enfrentan
las sociedades, y también restringe el desarrollo democrático.
La segunda aportación que se aborda
en la investigación es la necesidad de recuperar su propósito social, no obstante,
no implica relegar el impulso de las habilidades técnicas, más bien se sugiere
fomentar y fortalecer aspectos creativos, imaginativos y de pensamiento crítico[1]
en los alumnos, es decir, se apela porque la educación sea un ámbito para
concienciar a los estudiantes sobre su rol como ciudadanos.
En la tercera parte se discute la
importancia de la formación con valores para el fortalecimiento de la democracia.
La educación debe ser capaz de transmitir habilidades y conocimientos de manera
adecuada; los miembros de una sociedad bien informada pueden enfrentar de
manera más efectiva las diversas complejidades que surgen naturalmente en la dinámica
social. Esto brindará la oportunidad de forjar el carácter mediante la
promoción de valores como la solidaridad, el diálogo o la autonomía, esto
permite a las personas reflexionar sobre el significado de la ciudadanía y
contribuir a la construcción de una democracia viable para todos.
Finalmente, en las conclusiones se
destaca la importancia de impulsar habilidades como la creatividad, el pensamiento
crítico y los valores para el fortalecimiento de la democracia, en respuesta efectiva
a los desafíos sociales.
1.
Educación instrumentalizada
Si bien existe un consenso en que la
educación es un pilar fundamental en las sociedades, este sector ha
experimentado un notable deterioro en los últimos años. Aunque los gobiernos resaltan
su relevancia en los discursos, en los hechos no destinan suficientes recursos económicos
y ofrecen escasas capacitaciones al personal educativo.[2]
Estos profesionales se enfrentan a una excesiva carga burocrática, la cual
dificulta la comprensión de modelos de aprendizaje y limita su capacidad de
innovar en el aula. La enseñanza actual, centrada en la repetición de
conocimientos, fomenta una actitud pasiva tanto en los docentes como en los alumnos,
lo que hace necesario reflexionar sobre la dirección de la educación.
Históricamente, la educación se
entendió como la transmisión de técnicas culturales necesarias para la
supervivencia y el desarrollo social (Abbagnano, 2004). En otras palabras, comprendía
la preparación que los seres humanos adquirían para afrontar las adversidades
de diversa índole que presenta la vida. Sin embargo, la enseñanza contemporánea
ha “pretendido que los alumnos adquieran habilidades técnicas, esto es, todo
tipo de conocimientos instrumentales para poder defenderse en la vida: idiomas,
cálculo matemático, etc.” (Cortina, 2007, p. 177).
Un claro ejemplo de esta tendencia es
el Programme for International Student Assessment (PISA, por sus siglas en
inglés), realizado cada 3 años por la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económico (OCDE), que mide el rendimiento de los estudiantes de 15 años
de más de 80 países en tres áreas principales: lectura, matemáticas y ciencia. Aunque
permite comparaciones internacionales y sirve como herramienta para diseñar políticas
educativas, su enfoque en competencias cuantificables prioriza resultados a
corto plazo, así, restringe la posibilidad de una educación orientada a la
formación ética y de valores (OCDE, s. f.).
La instrumentalización de la
educación también se reflejó en México a partir de la reforma de 2004, que
introdujo un modelo basado en competencias y fue criticado por su enfoque en la
medición del desempeño[3]
(Cuevas, 2009). De manera similar, en Chile, el Ministerio de Educación, MINEDUC,
impulsó la Prueba de Transición Universitaria (PTU), la cual ha sido señalada
por centrarse en la medición de conocimientos sin considerar habilidades
humanistas (MINEDUC, s. f.). En contraste, Finlandia prioriza un aprendizaje
integral que fomenta la creatividad y la colaboración por encima de los
exámenes estandarizados (REDEM, s.f.).
Ese enfoque afecta el desarrollo de
los estudiantes al centrarse en habilidades técnicas y sociales con fines
meramente económicos. La educación, al reducirse a una herramienta para la
inserción laboral, corre el riesgo de convertir a las personas en simples
recursos productivos, minimizando la riqueza de la experiencia humana.
Para contrarrestar esta situación, la
Agenda de Educación 2030 de la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, busca equilibrar la educación
técnica con una perspectiva más humanista, para promover el desarrollo de
valores y competencias ciudadanas (UNESCO, s. f.). Sin embargo, en países como
Estados Unidos, el énfasis en las STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y
Matemáticas) genera un debate sobre la falta de inclusión de disciplinas
humanísticas en los programas de estudios.
La instrumentalización también tiene
repercusiones en el ámbito político, porque la capacidad tecnológica de una
nación se ha convertido en un factor de diferenciación económica (Cortina, s. a).
Este hecho se ha vuelto innegable con la llegada de la Covid-19, donde parte de
la configuración geopolítica ha estado influenciada por la carrera hacia la
creación de vacunas. En resumen, la pandemia resaltó cómo el progreso técnico y científico se ha arraigado con más fuerza en
el mundo.
El entorno contemporáneo prioriza la
adquisición de habilidades técnicas y tecnológicas, pero descuida el desarrollo
de aptitudes más amplias, como el pensamiento crítico, la resolución de
problemas y la comunicación efectiva. Esta tendencia provoca que las personas
carezcan de la habilidad para adaptarse a situaciones complejas y nuevas, y
limita su capacidad de cuestionar y analizar su entorno. Para Cortina (2007)
esas habilidades sociales son “la capacidad para crear a su alrededor una buena
trama de relaciones con las personas mejor situadas, de modo que, con ayuda de estas,
les sea posible [al individuo] prosperar sin excesivas dificultades” (p. 177). Este
sesgo instrumentaliza las relaciones humanas para satisfacer necesidades
individuales y egoístas, de manera que el otro es un objeto; en consecuencia,
existe una pérdida de diversidad, empatía y compasión.
La enseñanza orientada exclusivamente
a la rentabilidad transmite la idea de que el único objetivo de la educación es
formar herramientas para la riqueza económica, lo que conlleva a la deshumanización
de los estudiantes:
si esta tendencia
continúa, las naciones de todo el mundo pronto estarán produciendo generaciones
de máquinas útiles, en lugar de ciudadanos completos que puedan pensar por sí
mismos, criticar la tradición y entender el significado de los sufrimientos y
logros de otra persona. (Nussbaum, 2016, p. 14)
Lo anterior contribuye a la
alineación porque el bienestar estará condicionado a objetivos externos, como
la productividad económica o el cumplimiento de estándares definidos, el resultado
es la desconexión de la persona consigo misma y con los demás, una falta de
propósito y significado en la vida.
Es de urgencia considerar que “el
hombre culto no es el que tiene la respuesta para todo, sino aquel que sabe
plantear cuestiones y dejarlas abiertas, y muestra así que tiene un horizonte”
(Grondin, 2003, p. 186), en otras palabras, la verdadera sabiduría no radica en
tener todas las respuestas, sino en ser capaz de formular preguntas
significativas y mantener la mente abierta ante las posibles respuestas. En
lugar de buscar certezas absolutas, implica estar dispuesto a explorar
diferentes perspectivas y aceptar la incertidumbre como parte del proceso de
búsqueda del conocimiento. Además, resalta la importancia de tener una visión
amplia y una actitud de aprendizaje continuo, lo que permite expandir los
límites del entendimiento y mantener una mente flexible y receptiva. “Sin
embargo, entre las declaraciones e iniciativas oficiales y la realidad de la
enseñanza existe una gran distancia” (Salamea, 2018, p. 143).
En este contexto, el origen y la
coordinación de una educación instrumentalizada deben ser objeto de reflexión. Cortina
(2009) plantea que la educación está cada vez más determinada por los intereses
de los empresarios que se entrelazan con los del Estado, de tal manera que,
ambos se legitiman a través del consumo. El discurso político, por ejemplo,
promueve el crecimiento económico mediante la generación de riqueza y el
consumo, mientras que las instituciones educativas se orientan a la formación
de personas que puedan generar ingresos y participar en ese sistema. La enseñanza
se convierte en un medio para la inserción en el mercado, donde los estudiantes
se ven limitados a ser eficientes en un entorno de consumo, en lugar de ser
formados como ciudadanos críticos y éticos.
Otro aspecto a considerar es la falta
de desarrollo de la conciencia ética, también llamada moral (Cortina, 2020),
que permite tomar decisiones propias y actuar por sí mismo. En su obra Aporofobia,
rechazo al pobre. Un desafío para la democracia, la autora española
menciona que los sistemas educativos, políticos, sociales y empresariales se
han centrado en exaltar la valorización de las acciones de acuerdo con el
juicio de la sociedad, es decir, la reputación.
El renombre de las instituciones educativas
se centra en el reconocimiento de poseer docentes con diversos diplomados,
cursos, estancias de investigación en el extranjero, por referir algunos.
Además, se valora que los alumnos ganen diferentes certámenes de destrezas en matemáticas,
oratoria, ciencias o baile. Se han instrumentalizado las habilidades con la única
finalidad de mantener o lograr un posicionamiento de privilegio entre el tejido
de la sociedad, es decir, se favorece la estandarización y la uniformidad en
lugar de fomentar la diversidad de talentos, habilidades y perspectivas, por
ende, se limita la capacidad de los estudiantes para desarrollar su creatividad
y expresarse de manera única, lo que a su vez puede inhibir a la innovación y
el progreso social.
Ante esta tendencia en la educación,
la filósofa valenciana pregunta “¿cómo educar sujetos morales, que deberían ser
la sustancia de una sociedad democrática, si carece de sentido intentar formar
su conciencia?” (Cortina, 2020, p. 86). Invita a cuestionar cómo se pueden
educar a las personas en un mundo donde la moralidad parece más fragmentada o
incierta. Asimismo, se aborda un desafío fundamental para la educación en
sociedades democráticas: encontrar un sentido y un marco para la formación ética
que ayude a las personas a ser más consientes, reflexivas y responsables de su
ser y de su contexto. Por ende:
es esencial
conocer y ponderar la fuerza de la reputación, pero a la vez, fortalecer la
conciencia para que sepa discernir y actuar sin someterse al imperativo de lo
socialmente correcto. En caso contrario solo se repudiarán las fobias
socialmente proscritas y se darán por buenas las que la fuerza social acepte.
(Cortina, 2020, p. 84)
La problemática de enaltecer el
prestigio de la persona desde la educación radica en que la actuación sea
guiada por el temor al juicio de los otros; asimismo, se evade la relevancia de
cultivar valores morales. Sin una base sólida de principios éticos las personas
son más vulnerables para actuar de manera egoísta o seguir ciegamente las
normas sociales sin cuestionar su validez o pertinencia.
En las sociedades contemporáneas es
cada vez más evidente que su configuración democrática se hace compleja por temas
sociales como la migración, el racismo, terrorismo, desapariciones forzadas,
feminicidios, suicidios, violación en los derechos humanos, narcotráfico,
corrupción, entre otros; tales problemáticas han experimentado una asimetría
para su mitigación. Nussbaum expone:
El afán de lucro
sugiere a los políticos más preocupados que la ciencia y la tecnología son de
crucial importancia para la salud futura de sus naciones. No debe haber ninguna
objeción a una buena educación científica y técnica, y no sugiero que las
naciones dejen de mejorar en este sentido. Mi preocupación es que otras
habilidades, igualmente cruciales, están en riesgo de perderse en el frenesí
competitivo. (2016, p. 14)
Debido al contexto previo, surge la siguiente
pregunta: ¿cómo comprender y abordar adecuadamente estas problemáticas con los
estudiantes cuando el sistema educativo ha fomentado una incapacidad para el
diálogo? Esta incapacidad se traduce en la imposibilidad de “apertura de cada
cual a los demás y viceversa” (Grondin, 2003, p. 204), es decir, se genera un
freno no solo en la proximidad entre las personas, sino en la habilidad de
escuchar al otro sin recurrir a la violencia o la sumisión, además limita la
capacidad de formular preguntas y respuestas para desarrollar un pensamiento
crítico y recíproco.
La relación entre la educación y la
instrumentalización del ser humano es un tópico de debate complejo en la
filosofía, la sociología y la pedagogía. Por un lado, la educación busca el
desarrollo integral de la persona, potenciar sus habilidades cognitivas,
emocionales y sociales, sin embargo, con el paso del tiempo se convierte en un instrumento,
es decir, es utilizada como un medio para alcanzar fines externos a la
formación humana.
Si esta tendencia continúa, donde se
exalta la rentabilidad, la educación está condenada a convertirse en una
herramienta adicional en la configuración del sistema contemporáneo basado en
el individualismo egoísta. En otras palabras, la matrícula de estudiantes es la
proporción directa de ganancias para las instituciones educativas; mientras que
los estudiantes definen su éxito profesional y personal según los ingresos que esperan
obtener en el futuro. Además, la instrumentalización también puede manifestarse
en la imposición de ideologías políticas o culturales dominantes, de manera que
limite la capacidad de los alumnos para cuestionar y pensar de manera autónoma.
La educación presenta un deterioro
por la falta de inversión y la burocratización, así, queda reducida a herramienta
para la inserción laboral. Este enfoque prioriza la productividad sobre la
formación ética y humana, valora a las personas por su capacidad de generar
ingresos. Además, la enseñanza fomenta la reputación sobre la conciencia moral,
limita el desarrollo del diálogo y la reflexión. Es pertinente reformular el
sistema educativo para formar ciudadanos comprometidos con la sociedad, más
allá de la rentabilidad económica.
2.
Sentido social de la educación
Hoy más que nunca, el papel de la
educación en las sociedades cobra una relevancia sin precedentes para la
democracia. Esto se debe a que “la estabilidad social precisa de una virtud
ciudadana –la civilidad–, difícil de desarrollar si no ha empezado a adquirirse
a través del proceso educativo” (Cortina,1995, p. 42). La educación no puede
limitarse a promover únicamente la importancia de la rentabilidad económica. La
civilidad y la ciudadanía están interrelacionadas: la primera se refiere al
conjunto de valores y actitudes que fortalecen la vida en comunidad, mientras
que la segunda no solo implica un estatus legal dentro de un Estado, también es
la participación activa en la sociedad. Ser ciudadano involucra asumir tanto
los derechos como los deberes que conlleva este rol, y participar activamente
en la construcción de una sociedad.
La civilidad no es algo innato, se
desarrolla a lo largo del proceso educativo. Esto implica que las instituciones
educativas, así como la familia y la sociedad en general, tienen un papel
crucial en la formación de los ciudadanos responsables y comprometidos con el
bienestar común. Una sociedad donde los individuos se tratan con respeto y
consideración mutua, tiende a ser más estable y armoniosa. La civilidad fomenta
la cooperación, la convivencia pacífica y el bienestar común, promover una
educación con valores desde temprana edad es fundamental para construir y
mantener una sociedad funcional y cohesionada.
Existe una creciente necesidad de
revitalizar el propósito social de la educación porque en un contexto global
marcado por desigualdades, crisis ambientales y avances tecnológicos que
transforman las vidas, es imprescindible que se coloque al ser humano en el
centro de su propósito para cultivar ciudadanos capaces de contribuir
activamente en consolidar grupos más justos e inclusivos. Aunque las habilidades
técnicas y científicas son fundamentales, no constituyen la solución definitiva
para afrontar los desafíos que plantean las complejas dinámicas de las sociedades
contemporáneas.
La enseñanza es fundamental en la
sociedad para impulsar y forjar no solo habilidades técnicas, sino también
aspectos creativos, imaginativos y de pensamiento crítico. Su potencial se
materializa cuando estos elementos se integran de manera recíproca y
equilibrada, sin priorizar intereses económicos, religiosos o políticos.
La educación se vuelve indispensable,
porque es el cimiento sobre el que se construyen los pilares del progreso y el
desarrollo humano:
[Es el] espacio
para transmitir conocimiento a los demás bajo el anhelo de que todos estén en
condiciones de triunfar, y los centros educativos se constituyan en lugares
donde el ser humano se prepara para convertirse en ciudadano futuro […] un ser
listo para la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. (Salamea, 2018,
p. 141)
Esta perspectiva subraya que uno de
los objetivos primordiales del ámbito educativo debería ser empoderar a las
personas, permitiéndoles buscar la libertad y felicidad de sus vidas a través
del impulso de habilidades sociales, éticas y cívicas. Además, el principal
reto de las sociedades es que la educación sea accesible a todos
independientemente de su origen o circunstancias; por otro lado, juega un papel
crucial en la reducción de las desigualdades sociales. Por ende, se muestra la
reciprocidad entre la educación y la sociedad, es innegable la estrecha
correlación que existe entre ambas. La educación ofrece la posibilidad de reflexionar
sobre:
cómo formar ciudadanos
y no empleados. Personas no solo con capacidades laborales, sino seres humanos
capaces de entender la sociedad y a la sociedad […] capaz de comprender al
otro, de persuadir de ser persuadido, de tener una actitud en la que se
comprendan y se expongan argumentos, razones, y no extremismos irracionales.
(Salamea, 2018, p. 142)
Se destaca la relevancia de forjar
ciudadanos íntegros con potencial de participar de manera constructiva en la
sociedad y comprender su papel en ella. Se hace hincapié en el valor de las
habilidades de comunicación y argumentación, así como en la necesidad de
rechazar el extremismo irracional; de promover un enfoque más equilibrado
fundamentado en la discusión pública. En consecuencia, esta dialéctica, que inicialmente
se manifiesta en el plano abstracto a través de las ideas y la imaginación de
los estudiantes, tiene un impacto directo en la instrucción o la mejora de
comportamientos y valores.
Por ello, resulta pertinente
reflexionar “bajo qué presupuestos de racionalidad filosófica y política, qué
criterios académicos, qué códigos éticos y bajo qué visión del pluralismo
cultural se construye y se transmite el conocimiento” (Carbonell, 1996, p. 36).
Es importante que la educación hacia los estudiantes para su desarrollo como
ciudadanos en una democracia funcional se mantenga imparcial en relación con
las ideologías políticas, económicas y religiosas, las influencias de estas
pueden tergiversar su pensamiento y comportamiento.
Actualmente esto significaría que la
enseñanza debería estar basada en la universalidad, es decir, adquiere un
compromiso con la igualdad de oportunidades y acceso equitativo a la educación.
Se aboga por una responsabilidad comunitaria, el cuidado de la educación le
corresponde a toda la comunidad, esto implica que, tanto sus gobiernos como sus
miembros tengan un rol activo en su financiación, gestión y calidad.
También se critica el papel de la
iniciativa privada en la educación, se cuestiona que esté controlada por
ciertos grupos elitistas sociales. Se condena la comercialización de la
enseñanza, al privatizarla con el único afán de enriquecerse (Cortina, 1995).
En contraposición, se apela por la existencia de un sistema educativo público y
secularizado, con el propósito de incentivar la libertad de pensamiento, autonomía
académica de cátedra y la integración de los estudiantes independientemente de
sus creencias, género, clase social, preferencia sexual, moralidad y otros
aspectos.
Restringir o dificultar el acceso a
la educación básica y al conocimiento significaría limitar las oportunidades de
formar ciudadanos honorables, responsables, tolerantes, participativos y
libres. Esto se debe al profundo impacto que tiene la educación en la concientización
y el cuidado necesario para contribuir positivamente en la sociedad. Al privar
a las personas de la oportunidad de adquirir conocimientos básicos, se estaría
disminuyendo su capacidad para participar en el bienestar común y de contribuir
al desarrollo de la comunidad.
Las relaciones sociales en la
educación son esenciales en la formación de los ciudadanos para que trasciendan
el rol de receptores de información y se conviertan en miembros activos de la
comunidad. Es elemental que el conocimiento adquirido no solo se aplique al
mercado laboral, sino que también tenga una correspondencia con la estructura
normativa y comunicativa de la vida comunitaria. De manera que, la educación
debe fomentar una participación social informada y reflexiva por parte de los
estudiantes, permitiéndoles entender y cuestionar su impacto en la democracia. Para
lograrlo, es imprescindible la integración de valores éticos y morales en el
proceso educativo.
El propósito social de la educación no
se restringe a la simple transmisión de conocimientos académicos, se centra en
inculcar principios éticos y morales en los estudiantes, ayudándoles a
desarrollar un sentido de responsabilidad, empatía, respeto, honestidad y
justicia. Es decir, busca activamente la participación en la comunidad, por
ejemplo, a través de participación en actividades comunitarias y proyectos de
servicios para promover el altruismo, la empatía y el compromiso cívico.
3.
Educación con valores para la
democracia
Al analizar la idea de democracia, es
crucial reconocer que trasciende una forma de gobierno, se entiende que posee una
amplitud que permea el ser de las personas. Por lo tanto, si se considera que “los
valores que inspiran una sociedad que pretenden ser democráticas, los valores
de libertad –entendida como autonomía–, igualdad, solidaridad o imparcialidad,
entonces no es absoluto suficiente que los educandos adquieran aquellas
habilidades técnicas” (Cortina, 2007, p. 178).
La construcción de una sociedad democrática
resulta imposible si la educación se limita únicamente a individuos diestros en
habilidades técnicas y sociales arraigadas en una visión egoísta. Por el contrario,
si el objetivo es formar personas autónomas, solidarias, responsables, críticas,
entre otras, para la búsqueda del bienestar común, es esencial promover una
educación basada en valores. Estos ciudadanos estarán conscientes de las
necesidades de la vida en comunidad, lo que fortalecerá intrínsecamente la
democracia.
Por tal motivo, la educación debe
transmitir adecuadamente tanto habilidades y conocimientos como valores. Es
fundamental que los integrantes de una sociedad se encuentren bien informados porque
poseerán un mayor nivel de discernimiento y estarán preparados para enfrentar
desafíos, además tendrán “mayor capacidad de aprovechar recursos materiales, es
menos permeable al engaño que una sociedad ignorante, y que puede ofrecer
alternativas al actual proceso de globalización” (Cortina, s. a, p. 9).
Como señaló Cortina (2009), el ámbito
educativo desempeña un papel crucial en la preservación de la democracia; ayuda
a prevenir la manipulación por parte de grupos elitistas que tergiversan los
sentimientos y las emociones de los ciudadanos con el fin de mantener o
adquirir el poder. Al enfatizar la educación con valores como herramienta para
formar ciudadanos, se brinda la oportunidad de reflexionar sobre el significado
del conocimiento a nivel individual y comunitario.
En este sentido, se busca comprender
lo “otro”, lo desconocido, lo que lo que ignoramus
e ignorabimus, así lo plantea
Gadamer (2001, p. 136), y recuperar la acción basada en valores. Según el
análisis de Cortina, si la educación promueve la autonomía en cada estudiante,
es decir, el desarrollo pleno de su ser y hacer, permitirá el descubrimiento de
diferentes formas de ser feliz. Además, posibilitará la participación
activamente en la toma de decisiones, no solo en el plano político, sino
también en la capacidad de expresar opiniones de manera acertada frente a
problemas sociales, sin infringir los derechos ajenos.
Por ende, la solidaridad se vuelve otro
aspecto fundamental en la formación de los estudiantes, porque los ayuda a
entender al resto de los miembros de la sociedad y fomenta una actitud social de
apoyo hacia los más desprotegidos, evita la victimización y, en cambio, cultiva
la compasión. En palabras de Gadamer (2001), para lograr una solidaridad
efectiva es esencial comprender al otro, lo cual implica tener la capacidad de
ponderar y considerar sus perspectivas. Al lograr este nivel de comprensión,
las personas desde su postura tendrán la habilidad de entender y establecer
acuerdos sin recurrir a la coerción o a la agresión.
La democracia requiere que todos sus
miembros tengan una actitud ética y un carácter sólidamente forjado en valores
para su funcionamiento. “Si los ciudadanos y los políticos no son éticos, la
democracia no funciona” (Cortina, 2019).
En su núcleo,
la democracia se basa en la participación activa de los ciudadanos en la toma
de decisiones y en la elección de representantes que actúen en beneficio del
bien común. Sin embargo, para que este sistema pueda operar de manera efectiva,
es crucial que tanto los ciudadanos como los líderes políticos actúen de manera
ética.
La ética
implica reflexionar principios morales y formar un comportamiento justo, honesto
y responsable, es decir, ser virtuoso. Cuando los ciudadanos y los políticos no
actúan de manera ética, se socava la confianza en el sistema democrático. La
falta de ética puede manifestarse en diversas formas, como la corrupción, el
abuso de poder, el incumplimiento de promesas electorales o la manipulación de
la información. Estas acciones erosionan la legitimidad del gobierno, asimismo,
debilitan la participación ciudadana en el proceso político y en la comunidad.
De acuerdo con Cortina (2007), la
educación no solo debe de motivar valores que reflejen las tradiciones o normas
de una comunidad específica, sino que también debe procurar el desarrollo de capacidades
y principios universales, con la finalidad de que las personas cuestionen las
normas de su comunidad desde una perspectiva ética, y los capacite para
empatizar con los demás.
Según la autora, para lograr este
objetivo es indispensable el ejercicio de la argumentación, pero no como una
simple herramienta de negociación, sino como un medio para retomar el sentido
del diálogo. La recuperación de este diálogo en la educación brinda a los
estudiantes la oportunidad de cultivar una sensibilidad hacia los demás, les
ofrece un espacio donde la comunicación efectiva implica más que expresarse,
involucra escuchar y comprender las perspectivas de los demás. Esta
reciprocidad y apertura en el diálogo no solo promueve la comprensión entre las
personas, sino que también robustece los lazos sociales, fomenta un sentido de
conexión y empatía; facilita el intercambio de información, ideas y emociones, y
permite la práctica de habilidades como la empatía, el asombro o la curiosidad.
En Verdad y método II, Gadamer destaca la importancia del diálogo para
fortalecer las relaciones interpersonales. Este proceso no solo favorece el
aprendizaje de lo desconocido, sino que promueve la creación de comunidad, es
decir, “en la que cada cual es él mismo para el otro porque ambos se encuentran
al otro y se encuentran a sí mismos en el otro” (Gadamer, 2004, p. 207).
De acuerdo con Cortina (2009), el
ejercicio del diálogo entre los ciudadanos es relevante para la democracia. Por
medio de ese se pueden establecer políticas públicas adecuadas para abordar de
manera efectiva las necesidades emergentes. Además, el intercambio de ideas reafirma
el objetivo de salvaguardar el bien común, que es el fundamento primordial de
la democracia.
El diálogo es entonces el camino que
compromete en su totalidad a la persona de cuantas lo emprenden, porque cuando
se introducen en él, dejan de ser meras espectadoras, para convertirse en
protagonistas de una tarea compartida, que se bifurca en dos ramales: la
búsqueda compartida de lo verdadero y lo justo, y la resolución justa de los
conflictos que van surgiendo a lo largo de la vida (Cortina, 1997, p. 209).
El diálogo es fundamental en la
construcción de una sociedad democrática y justa, se erige como un pilar
principal en el ciudadano, capacitándolo para participar en el debate público de
manera pacífica y constructiva, comprendiendo las necesidades y funciones tanto
sociales como civiles. No obstante, los retos residen en la habilidad de
transmitir la información de manera oportuna y efectiva hacia todas las
personas. En resumen, implica cultivar una conciencia comunitaria y fomentar la
disposición de los demás para el ejercicio de diálogo para el sostenimiento de
la democracia.
Esta desempeña un rol primordial en
la organización social con eje en la ciudadanía que impregna el ser de la
persona, se infiere que no puede alentar un discurso ni un comportamiento
individual, sino más bien busca la defensa y el desarrollo de valores básicos
–libertad, igualdad, solidaridad,
respeto y el diálogo– en los estudiantes que ya son ciudadanos, que a su vez
permiten la correspondencia de la ética con la democracia se exige que esta no sea
estática, por el contrario, se aboga por un cambio constate, que produzca,
revolucione, cuestione y sea integradora, con el objetivo de crear un bienestar
en la comunidad.
La educación puede promover y
fortalecer los valores, principios y habilidades necesarios para una
participación efectiva en la vida democrática. El sistema educativo es
indispensable para vincular valores como la igualdad, la justicia, la libertad,
la tolerancia y el respeto a los derechos humanos, los cuales son fundamentales
para la convivencia. Fomenta la participación ciudadana para que se involucren
de manera activa en la toma de decisiones políticas y en la vida en comunidad,
por medio del ejercicio electoral, activismo social, trabajo voluntario o la
defensa de los derechos humanos.
La educación para la democracia es
relevante para el funcionamiento de las instituciones, porque van a exigir
rendición de cuentas, monitorear el desempeño de los líderes electos y defender
la separación de poderes. Por último, puede ayudar a prevenir el surgimiento de
movimientos autoritarios o intolerantes al promover la comprensión
intercultural, el respeto a la diversidad y la capacidad para resistir la
manipulación política y la propaganda.
La educación no debe limitarse a la
formación de individuos con habilidades técnicas y sociales enfocadas en el
éxito económico y tecnológico, porque puede llevar a la deshumanización y a la
percepción de los estudiantes como productos del mercado. Es fundamental que se
fomente el pensamiento crítico y la compresión tanto de sí mismo como del
entorno.
Un modelo educativo basado
exclusivamente en la formación instrumentalizada perpetúa desigualdades
sociales, el egoísmo, la corrupción, discriminación y violencia. Para
contrarrestar esta tendencia, es necesario promover valores que formen
ciudadanos conscientes y responsables.
Cuando en este ámbito se carece de
una dimensión ética y humanista, los estudiantes tienden a limitar su
conocimiento a la realización de actividades mecánicas y repetitivas, lo que
genera una indiferencia ante las problemáticas sociales. A su vez, contribuye a
la normalización de desigualdades y conflictos, en lugar de fomentar el
compromiso con la mejora de la sociedad.
Una educación integral impulsa el
intelecto, el comportamiento y el carácter de los alumnos para que comprendan
su rol en la sociedad y participen activamente en la construcción de una
democracia justa e inclusiva.
Educar con valores significa inculcar
el reconocimiento y respeto hacia los demás ciudadanos, sin importar sus
diferencias económicas, culturales o ideológicas. También es cultivar la
reciprocidad, la solidaridad y la responsabilidad desde una temprana edad. Es
decir, consiste en generar un nuevo entendimiento de las acciones humanas y su
impacto en la sociedad, solo así se podrá construir una comunidad fundamentada
en el respeto y la dignidad de las personas.
Además, existen desafíos adicionales
que las sociedades democráticas deben abordar, por ejemplo, ¿cómo asegurar que
todos los individuos tengan acceso a una educación de calidad que promueva
valores democráticos, independientemente de su origen socioeconómico, cultural
o geográfico?, ¿cuál es el peligro de vincular la calidad educativa con una
empresa?, ¿de qué manera se puede integrar la diversidad cultural y de
pensamiento en el currículo educativo para promover una comprensión
intercultural y el respeto mutuo en la vida democrática?
Es importante considerar el papel de
la tecnología en la educación, especialmente al abordar cuestionamientos como
¿de qué forma la tecnología puede ser utilizada para fortalecer la educación?
¿cómo superar las brechas digitales y garantizar la inclusión de todos los
estudiantes?
Por último, es crucial explorar el papel
de la educación en el desarrollo de una ciudadanía comprometida. Lo cual
implica analizar cómo fomentar un sentido de responsabilidad individual y
colectiva entre los ciudadanos, con el fin de abordar de manera constructiva y
colaborativa los desafíos sociales y políticos, y considerar el vínculo de la
educación en la promoción de una ciudadanía global y la sensibilización
ambiental.
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[1] La capacidad de reflexionar de manera racional y autónoma sobre los problemas sociales, los conceptos y los argumentos que la vida plantea no debe entenderse solo como un ejercicio de análisis de información, sino que también consiste en tener un compromiso ético con los demás. Además, implica reconocer la pluralidad de perspectivas y actuar con responsabilidad cívica, tomando decisiones que favorezcan la justicia social y el bienestar común, es decir, el pensamiento crítico se orienta a la construcción de un mundo más justo y solidario (Cortina, 1997).
[2] Según el Banco Mundial, en el caso de México el
gasto público en educación ha disminuido en relación con el PIB, pasó del 4.3 %
en 2021 al 3.1 % en 2022. Para 2024, se estimaba que sería de 11.2 % del
presupuesto federal, aunque esta cifra aún debe confirmase. La institución señala
que este gasto es insuficiente para abordar el rezago educativo del país.
[3] A partir del
ciclo-2021-2022, el expresidente Andrés Manuel López Obrador implementó una
nueva reforma educativa en México, conocida como la Nueva Escuela Mexicana. Uno
de sus objetivos principales es incorporar el humanismo en la enseñanza básica.